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Los Juegos serán recordados por el hecho de haberse celebrado en la capital de la Unión Soviética, ahora desaparecida; por el oso Misha, la mascota olímpica; pero sobre todo por la renuncia de 65 países a competir en Moscú.
Estados Unidos aprovechó la precipitada decisión del Kremlin de enviar tropas a Afganistán para llevar el antagonismo político de la Guerra Fría al terreno del deporte, en el que la URSS era la mayor potencia mundial.
Como se ha sabido después, los servicios de inteligencia norteamericanos financiaron a los muyahidín afganos con la intención de provocar la ocupación soviética, intervención que allanó el camino para el posterior boicot estadounidense de los Juegos.
Lo que había sido ideado como una campaña de imagen y una fiesta socialista por los dirigentes soviéticos acabó siendo la primera olimpiada boicoteada por motivos políticos.
Hasta 65 países secundaron el boicot estadounidense, incluido potencias deportivas como la Alemania Federal y China, y otros como Canadá, Japón e Israel.
Curiosamente, Moscú había sido elegido sede de los Juegos cinco años antes por delante de Los Ángeles, que organizaría los Juegos de 1984. Un total de 80 países participaron en los Juegos de Moscú, que fueron ganados por el país anfitrión con 195 medallas, 80 de ellas de oro.
Precisamente, Samaranch fue elegido presidente del Comité Olímpico Internacional tres días antes de la inauguración, el 16 de julio de ese año. Su antecesor, el irlandés Lord Killanin, arremetió en su discurso de clausura de los Juegos contra la intromisión política en el deporte, en una clara alusión al boicot liderado por Washington.
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